Humaira dio a luz a su hija Ruzina en un bote, cuando huía desde Myanmar a Bangladesh; otros refugiados la ayudaron en el parto. Los médicos sirios del hospital de Hama Central estaban atendiendo en el sótano, por seguridad, cuando un misil atravesó dos pisos del edificio y destrozó el quirófano. Ottoniel cruzaba México por cuarta vez desde Guatemala y explicaba a otros compañeros de ruta en qué albergues podían refugiarse. Aisha, que es viuda, tenía a su cargo a 10 hijos y nietos en un campo de desplazados de Maiduguri, en Nigeria. Innocent, médico congoleño, luchaba contra el cólera muy lejos de casa cuando nació su hijo.
Todo esto ocurrió en 2017. Miremos donde miremos en nuestro día a día, encontramos a personas que luchan por salir adelante cuando lo tienen todo en contra. El año pasado, trabajamos para ellas o con ellas en 25 países. En su mayoría, eran víctimas de la guerra y la violencia y sufrían necesidades agudas por falta de atención médica, agua potable, comida, refugio y los bienes más básicos para la higiene.
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Bangladesh © Mohammad Ghannam
En muchos lugares, la violencia se agravó. En Myanmar, en agosto se inició uno de los éxodos más graves de los últimos años: más de 600.000 rohingyas huyeron de una feroz campaña militar para refugiarse en Bangladesh, adonde llegaron aterrados y sin nada tras perder a parte de sus familias y sus casas. Lanzamos nuestra mayor operación de emergencia del año en los improvisados asentamientos donde estaban.
También fue importantísima nuestra intervención en la región del lago Chad, escenario de una de las peores crisis de desplazamiento de la actualidad; a pesar de las enormes limitaciones de acceso, logramos llegar a una población que depende totalmente de la ayuda humanitaria y proporcionarle atención médica y nutricional, agua y saneamiento.
Una gran parte de República Centroafricana también se vio afectada por un resurgimiento del conflicto y miles de desplazados buscaron protección en nuestros centros de salud. En Sudán del Sur, en zonas como Aburoc o Wau Shilluk, la gente tuvo que huir varias veces de los combates, errando de un lado a otro o cruzando a Sudán y Etiopía. En República Democrática del Congo, como siempre decimos porque siempre es así, el conflicto no cesó.
2017 fue dramático en Yemen, Siria y e Irak: continuaron las guerras y las dificultades para llegar a sus víctimas. Los yemeníes sufrieron dos epidemias gravísimas, de cólera y difteria, herencia de la destrucción del sistema de salud y de la escasez de ayuda humanitaria. En Siria también se han perdido muchos hospitales; en el sur, donde trabajamos, un 60% de los niños menores de 5 años no están bien vacunados. Conseguimos mejorar nuestros programas, pero por ejemplo en Alepo fue complicado ayudar a la población asediada. Mosul, en Irak, también estuvo sitiada y lanzamos una intervención de emergencia.
En Latinoamérica, atendimos a las víctimas de la violencia vinculada a las organizaciones criminales, bandas callejeras y mafias de tráfico de personas. Conocimos historias terribles de quienes huyen del Triángulo Norte de Centroamérica para lanzarse a una peligrosísima ruta por México con destino a Estados Unidos.
En esta memoria vas a ver muchas cifras. Reflejan bien el trabajo que hemos hecho con tanto esfuerzo y con tu valiosa ayuda. Pero se quedan cortas a la hora de expresar el sufrimiento que hemos intentado aliviar, la lucha que emprenden día tras día millones de personas para lograr su supervivencia y la de los suyos. Por eso, antes de seguir adelante, te ruego que vuelvas a leer el primer párrafo de este texto.